miércoles, 2 de enero de 2013

La Ultraperiferia



En España hay una región donde todos los elementos estructurales que hemos definido para el conjunto del país se dan por partida doble. Un lugar que es la frontera del país fronterizo por antonomasia, la periferia del país periférico, la proa que se abre camino a través del mar hacia África y hacia América. Una tierra que, cuando la Península formaba parte del corazón del mundo mediterráneo, era la más estrechamente vinculada con ese mundo, la más central de todas ellas. Fue la más romanizada, la más púnica y la más arabizada de todas. El lugar desde donde partieron las naves que descubrieron el Nuevo Mundo y las que dieron la primera vuelta al globo terráqueo; desde donde partieron los hombres que hicieron posible la epopeya americana; donde se estrellaron los ejércitos napoleónicos en sus afanes imperialistas. Por todo esto es fácil inferir que esta región es una atalaya desde donde es mucho más fácil observar todos los fenómenos que a través de este conjunto de artículos estamos pretendiendo mostrar.

Al igual que los astrónomos buscan las cumbres de las montañas para situar en ellas sus observatorios y eliminar así el mayor número de interferencias posible en su objetivo de observar el cielo, este lugar es el sitio justo donde hay que colocar los telescopios para descubrir una perspectiva única de las sociedades humanas. Aquí se abre una ventana al mundo que, cuando se dan las circunstancias idóneas, nos permiten atravesar el tiempo y el espacio con nuestra mirada y descubrir algunos de los elementos más profundos que anidan en el alma humana. A estas alturas está claro que el lector ya ha adivinado que estamos hablando de Andalucía.

Andalucía es una encrucijada donde se encuentran dos mares y dos continentes. Un lugar de paso donde han dejado su huella íberos, celtas, tartesios, turdetanos, fenicios, cartagineses, romanos, vándalos, bizantinos, visigodos, bereberes, árabes, judíos, gitanos, cristianos... Una tierra añorada por aquellos pueblos que, en diversos momentos de la Historia, se vieron obligados a abandonarla. Un espacio colmatado por el poso que han ido dejando, a lo largo del tiempo, toda esta variedad de individuos, de visiones del mundo, de creencias diversas. Donde, a base de ver pasar invasores, sus habitantes han aprendido, como el junco, a plegarse cuando arrecia la tempestad, para enderezarse luego -cuando vuelve la calma- y han construido un universo lleno de matices, de rostros, de colores, de música, de poesía, de personas que se encuentran en la plaza pública y ¡hablan! ....

Situada en el extremo occidente del mundo mediterráneo fue el Fin de la Tierra para la humanidad antigua, pero se incorporó muy pronto a las grandes rutas comerciales. Los fenicios fundarán la ciudad de Cádiz (Gádir) en el 1104 A. C.[1] convirtiéndola en la ciudad más antigua de Occidente puesto que, por esas fechas –290 años antes de la fundación de Cartago, 350 de la de Roma y 370 de la de Siracusa-, no había ningún núcleo de población que mereciera tal nombre al oeste de Grecia y de Egipto.

En la antigüedad el occidente andaluz era conocido por sus grandes yacimientos mineros de cobre y de plata. También se comerciaba con el estaño que procedía de regiones más septentrionales. De esta manera los pueblos del Próximo Oriente, que estaban aún en la Edad del Bronce, adquirían aquí buena parte de los metales que ellos necesitaban.

Y Andalucía adquirió, entre los pueblos del Levante Mediterráneo, perfiles de leyenda por su lejanía, por la constatación de que no había ninguna otra tierra más allá, de que el mar que se abría al otro lado del Estrecho de Gibraltar era inmenso, tenía unas mareas con una amplitud desconocida en el ámbito mediterráneo y sus temporales adquirían, en invierno, una dureza inusitada.
Cuando un navegante fenicio, griego o egipcio, después de recorrer todo el Mediterráneo de este a oeste, atravesando países habitados por pueblos neolíticos que vivían en pequeñas aldeas, alcanzaba las playas de Tartesos y veía un estado organizado, con ciudades, con unas florecientes agricultura, ganadería, minería y un activo comercio; un pueblo que conocía la escritura, cuyos nobles eran bilingües y dominaban el idioma fenicio y cuyas mujeres se adornaban con objetos como los que constituyen el Tesoro del Carambolo –que puede contemplarse en el Museo Arqueológico de Sevilla- era lógico que quedaran vivamente impresionados y volvieran a sus respectivos países contando historias que el tiempo y la lejanía agigantó hasta convertirse en la leyenda de la Atlántida.


 Tesoro del Carambolo - Museo Arqueológico de Sevilla

Tras la descomposición del reino de Tartesos se inicia la época de los principados turdetanos y de sus ciudades-estado que se expanden por todo el sur peninsular, hasta integrarse finalmente –en la época de los bárcidas- en el Imperio Cartaginés.

Cuando los romanos, a finales del siglo III A. C. -en la II Guerra Púnica-, ponen su pie en el país, Andalucía ya acumula el bagaje de casi un milenio de cultura urbana, lo que no deja indiferentes a los conquistadores, que crean en ella la provincia de la Hispania Ulterior –renombrada después como la Bética-, primera provincia senatorial, desde el punto de vista cronológico, situada fuera del ámbito italiano.

Para los romanos, la Bética era una prolongación de Italia; una provincia fuertemente romanizada, latinizada y urbanizada[2]; netamente exportadora, que inundaba el Imperio con sus metales, sus productos agrarios, sus salazones de pescado[3], su industria alimentaria en general. También participaba plenamente en la vida política y cultural del mismo. En la Bética nacieron los emperadores Trajano y Adriano, el filósofo Séneca y el poeta Lucano. Sus habitantes gozaron de la ciudadanía romana a partir del año 74 D.C.

En definitiva, el sur de Hispania era, a todos los efectos, una de las regiones centrales del Imperio; un territorio que participaba plenamente de la corriente principal de la cultura latina, que se sentía a gusto y plenamente integrado en aquél universo mental en el que se fue abriendo paso el cristianismo primitivo, deudor ideológico del estoicismo romano, cuyo máximo exponente –Séneca- era precisamente un hispano de la Bética.

Las invasiones bárbaras pusieron punto y final a aquella era de prosperidad y la Bética pasó a convertirse en el reino de los vándalos, que serán expulsados algún tiempo después por los visigodos hacia el norte de África. Pero los hispanorromanos meridionales se resistían a ver pasar pueblos germánicos de un lado para otro en aquella tierra –antaño próspera- que se había convertido en un campo de batalla, y la expansión de los bizantinos de Justiniano por el occidente mediterráneo les brindó la oportunidad de reinsertarse, durante tres generaciones, en aquél intento de resucitar la antigüedad tardía en el sur de Iberia.

Será Leovigildo (572-586), el más poderoso de los reyes visigodos, el que reconquiste esta región que era la única que se había mantenido fuera, hasta ese momento, de la construcción del primer estado ibérico unificado. Pero si los visigodos fueron capaces de conquistar la Bética, desde el punto de vista militar, desde el cultural –por el contrario- fue la Bética la que conquistó al reino visigodo. Desde la ciudad de Sevilla la visión del catolicismo que lideraría San Leandro transformaría, desde dentro, al arrianismo visigodo, y en el eje que formaron las ciudades de Sevilla y Cartagena –los dos extremos de la Hispania bizantina- en el tránsito del siglo VI al VII de nuestra era, se producirá una verdadera eclosión cultural y religiosa, cuyos referentes más destacados serán San Leandro, San Isidoro, San Fulgencio, Santa Florentina y San Hermenegildo; una masa crítica que transformó el cristianismo medieval de manera irreversible. En este magma cultural surgen libros como:


De natura rerum (Sobre la naturaleza de las cosas, un libro de astronomía e historia natural dedicado al rey visigodo Sisebuto), De ordine creaturarum, Regula monachorum, De differentiis verborum […] y, sobre todo, Originum sive etymologiarum libri viginti (Etymologiae o Etimologías).

Éste último dividido en veinte libros, con 448 capítulos, constituye una enorme obra enciclopédica en la que se recogen y sistematizan todos los ámbitos del saber de la época (teología, historia, literatura, arte, derecho, gramática, cosmología, ciencias naturales...). Gracias a esta obra, se hizo posible la conservación de la cultura romana y su transmisión a la España visigoda.

Esta recopilación de la cultura clásica fue tan apreciada, que en gran medida sustituyó el uso de las obras de los clásicos cuyo saber recoge.”4



Las Etimologías –de San Isidoro- se convirtieron muy pronto en el libro de texto por antonomasia en las escuelas europeas de la Alta Edad Media. Durante siglos fue considerada la gran obra que recogía todo el saber de su tiempo. Fue la base que se utilizó para enseñar el Trivium (Retórica, Gramática y Dialéctica) y el Quatrivium (Geometría, Astronomía, Aritmética y Música). Este texto tuvo, igualmente, una gran difusión durante el Renacimiento, a partir de la invención de la imprenta, pues hay constancia de la existencia de, al menos, diez ediciones de él entre 1470 y 1530.

Pero el momento cumbre de los seguidores de San Leandro lo constituyó el III Concilio de Toledo (589), en el que éste desempeñaría un papel estelar y en el que, según nos han contado, abjuró del arrianismo el rey visigodo Recaredo (586-601). En este acontecimiento se convirtieron oficialmente al catolicismo, además del rey, ocho obispos arrianos, así como numerosos nobles, y el estado visigodo adoptó formalmente la fe trinitaria.

Tras la invasión musulmana, La capital de Al-Ándalus se establecerá en Córdoba, en el corazón del territorio andaluz. Esta ciudad será el eje del universo andalusí durante más de trescientos años –hasta la revolución cordobesa de 1031- y seguirá siendo después uno de sus focos principales. En ella crecerán Abulcasis[5], Averroes[6] y Maimónides[7], figuras intelectuales de primera magnitud que han ejercido una gran influencia entre los pueblos que profesan las tres religiones monoteístas.

Tras la “reconquista” cristiana, las ciudades andaluzas se sitúan, desde el primer día, en la vanguardia de todas las expediciones castellanas hacia África y hacia el Atlántico. En Sevilla se dan cita los navegantes genoveses, gallegos, vascos, flamencos, ingleses… En esta zona confluyen las tradiciones marineras del Atlántico y del Mediterráneo, que habían permanecido aisladas entre sí durante la larga dominación musulmana del Estrecho de Gibraltar. Es en ese contexto en el que surge un nuevo tipo de nave que combina lo mejor de las dos tradiciones: la carabela. Una embarcación que, como sabemos, resultaría decisiva en la Era de los Descubrimientos Geográficos por su extraordinaria maniobrabilidad.

Durante los últimos siglos de la Edad Media, los marineros de los puertos del Golfo de Cádiz se van abriendo paso por el Océano Atlántico en dura lucha con sus vecinos portugueses y berberiscos. Este duro enfrentamiento los va templando y preparando para las grandes empresas que el destino les había reservado. El 3 de agosto de 1492 un puñado de ellos, reclutados en los diversos puertos del suroeste andaluz, se hace a la mar, en tres naves, desde la localidad onubense de Palos de la Frontera. Su objetivo: encontrar una ruta hacia Asia navegando hacia el oeste. No alcanzaron, esa vez, el continente asiático sino otro que permanecía oculto, al otro lado del mar, lejos de las rutas conocidas por los pueblos del Viejo Mundo. Y desde el momento en el que los castellanos pusieron el pie en esa nueva tierra -que hoy llamamos América- todo empezó a cambiar y ya nada sería igual. Para bien o para mal, la presencia de los pueblos ibéricos en el continente americano desencadenará toda una serie de transformaciones históricas que condicionarán, ya para siempre, el tipo de relación que los pueblos europeos establecerán con los que habitan el resto del planeta.

Mientras los marinos de la costa del Golfo de Cádiz se van abriendo paso en los caladeros atlánticos, Sevilla se va convirtiendo en el gran puerto comercial del suroeste de Castilla. Y desde el momento en el que llegan las primeras noticias del descubrimiento colombino se transformará en la Puerta de América. Será, durante los siguientes 250 años, el punto de encuentro donde confluyan las naves que proceden de o se dirigen al Nuevo Mundo y, también, donde se darán cita los grandes mayoristas de toda Europa que desean participar en el comercio trasatlántico. También será, durante ese tiempo y junto con Lisboa, la ciudad más cosmopolita de Europa. Un lugar donde se encontraban hombres que procedían de los cinco continentes.[8] Era la ciudad más poblada de España y una de las mayores de Europa; también una de las mejor urbanizadas.

En la Andalucía de los siglos XV al XVII crecieron humanistas como Nebrija, Fray Bartolomé de las Casas o Benito Arias Montano; literatos como Mateo Alemán, Fernando de Herrera, Luis de Góngora, Fray Luis de Granada, Rodrigo Caro o Vicente Espinel; pintores como Velázquez, Murillo, Zurbarán o Valdés Leal; escultores como Martínez Montañés, Alonso Cano, Alonso de Mena; arquitectos como Alonso de Vandelvira, el ya citado Alonso Cano o Francisco Herrera, etc. Por aquí pasarán, en uno u otro momento de su vida, la mayor parte de los grandes artistas e intelectuales de la España del Siglo del Oro. El propio Cervantes comenzó a escribir su obra maestra durante su estancia en la cárcel de Sevilla; ciudad que inspirará, igualmente, multitud de obras literarias de la época. Hay personajes literarios, como Don Juan Tenorio o Rinconete y Cortadillo que están indisolublemente ligados a esta ciudad.

Esta es la plataforma que sirvió de base para construir la Andalucía contemporánea. Pero durante el siglo XVIII asistiremos a un giro copernicano en la evolución de los procesos históricos que afectaron a esta comunidad. Se trata de una historia que tiene entidad suficiente como para dedicarle un capítulo monográfico. Así que la dejaremos para el próximo día.



[1] Según la tradición 80 años después de la Guerra de Troya.

[2] A este respecto debemos citar a Estrabón, quien en su obra Geografika afirma: “Las ciudades [de Turdetania] son numerosísimas, pues dicen ser doscientas.” García y Bellido, Antonio: España y los españoles hace dos mil años (según la Geografía de Estrabón), Espasa Calpe (Colección Austral), Madrid, 1945.
Y también ...son considerados [los turdetanos] los más cultos de los iberos, ya que conocen la escritura y, según sus tradiciones ancestrales, incluso tienen crónicas históricas, poemas y leyes en verso que ellos dicen de seis mil años de antigüedad”. Ibid.

[3] El Garum era el producto estrella, una salsa elaborada a base de atún que era muy apreciada como condimento en todo el Imperio.

[4] http://es.wikipedia.org/wiki/Isidoro_de_Sevilla (1/6/2009)

[5]Abu l-Qasim Jalaf ibn al-Abbas Al-Zahrawi (936 - 1013), también conocido como Abulcasis, fue un médico y científico andalusí. Considerado como uno de los padres de la cirugía moderna, sus textos, donde combinaba las enseñanzas clásicas greco-latinas, con los conocimientos de la ciencia del próximo oriente, fueron la base de los procedimientos quirúrgicos europeos hasta el renacimiento. Su mayor contribución a la historia es Al-Tasrif, una obra de treinta volúmenes sobre la práctica médica.” http://es.wikipedia.org/wiki/Abulcasis (2/6/2009).

[6]Averroes es el nombre por el que se conoce en la tradición occidental a Abū l-Walīd Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd (Córdoba, Al-Ándalus, 1126 – Marrakech, 1198), filósofo y médico andalusí, maestro de filosofía y leyes islámicas, matemáticas y medicina.
Escribió comentarios sobre la obra de Aristóteles (de ahí que fuera conocido como «El Comentador») y elaboró una enciclopedia médica. Sus escritos influyeron en el pensamiento cristiano de la Edad Media y el Renacimiento. http://es.wikipedia.org/wiki/Averroes (2/6/2009)

[7]Moshé ben Maimón, también llamado Maimónides (1135, Córdoba - 1204, Fustat , Egipto), fue el médico, rabino y teólogo judío más célebre de la Edad Media. Tuvo una enorme importancia, como filósofo y religioso en el pensamiento medieval. http://es.wikipedia.org/wiki/Maim%C3%B3nides (2/6/2009)

[8] Como anécdota demostrativa de hasta qué punto esto era así podemos citar la llegada a la ciudad de una embajada japonesa, en 1614, comandada por el samurái HASEKURA TSUNENAGA, que tenía el encargo de entrevistarse con el rey de España y con el Papa. Cumplida su misión regresaría a su país en 1620.

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